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viernes, 11 de noviembre de 2011

El manantial



Mi alma fluye.
De su interior nacen palabras.
Unas llegan al mundo envueltas en lágrimas.
Otras, en luz.

Deseo que por un instante, dibujen tus ojos marrones.
El óvalo de tu cara pícara y risueña,
la ansiedad transida de dolor que a veces invade tu ser.

Nadie nos hiere, nosotros solos nos herimos, aceptamos.
Sal y brilla en tu risa.
Que sea como el manantial que brota en la piedra,
desde lo más profundo de la montaña,
y se derrame sobre todos por igual.
Que arrastre sus envidias, sus celos, su falta de sentimientos.

Haz lo que mejor sabes hacer: vive, aprende. Y enseña.
Sabes que tú te lo mereces.
Que tu esfuerzo será lo que otros recuerden,
cuando tengan hijos y los eduquen.
Viaja, búscalo, atràpalo, y traételo de vuelta:
pues el conocimiento es el más preciado tesoro,
y la experiencia compartida nos enriquece a todos.

- Dedicado a la buceadora más valiente que conozco.

domingo, 30 de octubre de 2011

Escrito en el hielo

Superficie del Lago Subglacial Vostok, Antártida


Destierra a tu amante, ese viento gélido y glacial.
Ese que en las tardes de lluvia, y en las mañanas de sol, te acompaña.
Allí, donde no hay vecinos.
Es lo más fácil, lo sé. Pero tú no eres fácil, ni yo tampoco.
Elegimos siempre la senda oscura, el camino embrozado,
porque ese es el que hay que recorrer.
Vuelve a tu camino, búscate, alégrate, siéntete.
No dejes nunca de buscar. 
Más allá de la voz del viento, está tu libertad.
No te refugies, sino en tu alma.
No te escondas, sal al mundo, re-encuéntrate en la mirada y la voz de los demás.
No vuelvas atrás, por nada ni por nadie.
Es tu libertad, tu vida, tu risa, tu sonrisa, lo que hace girar el mundo. 
Tu mundo. Re-correlo. Conócelo.
Y si te pierdes, recuerda donde tienes una mano a la que agarrarte y correr.
Seguro que, si lo piensas, tienes más de una.
Entre ellas, la mía.
Siempre.


- Dedicado a Eishtar.

domingo, 23 de octubre de 2011

Profundidad Abisal




Leo el GPS de mi muñeca. Las coordenadas son correctas. 
Paro el motor de la Zodiac, tiro la boya al agua, compruebo la carga de las botellas con el manómetro, me ajusto el equipo y, de espaldas, me sumerjo.
Lentamente, voy respirando para acostumbrarme a la profundidad, tapándome la nariz a intervalos para regular la presión del oído interno.

Bancos de peces pasan rozándome, curiosos por el nuevo inquilino de su bello hogar.
Les imito y me deslizo como ellos, sólo moviendo las aletas, abajo, abajo, casi en vertical.
Desciendo hasta el fondo marino, que continúa hasta un cortado, 30 metros delante mía.

Miro el profundímetro, según voy acercándome a la sima. 
Me asomo al borde. 
Hasta aquí puedo llegar. Si continuara descendiendo, sería mortal de necesidad.

Sigo avanzando, atento a la aguja del profundímetro, y supero el borde, desplazándome en línea recta, sin descender ni un metro.

Miro hacia la profundidad abisal, hacia ese mundo sin explorar, que me llama y me atrae, pero al que no puedo bajar.

De pronto, algo sube hacia mí. Viene en línea recta. Se mueve como un pez, pero es demasiado grande. Consigo verlo mejor según se acerca. 

Le echo mano al cuchillo, me preocupa que sea un depredador y me haya confundido con una presa, pero quiero ver al menos de qué se trata.

La sirena sube y me abraza, me coge de la mano, y me hace un gesto para que la siga.
No sé porqué, me da confianza su tacto.
Oigo un dulce canto, que sale de ella, y la sigo, abajo, abajo.

Descendemos hacia el fondo, miro el profundímetro, pero ha dejado de funcionar. 
El aire de la botella no se agota, aunque hace más de una hora que debió haberse acabado. 
Ahora que me fijo... el reloj también se me ha parado.

Me conduce hacia una oquedad en una roca, donde está su hogar. 
Hoy tiene necesidad de conversar. 
Allí abajo el tiempo no existe.
Sólo existe la amistad.


- Dedicado a una sirena de la Maragatería.

Mercachifles

Respeto:

Una palabra caída, fuera de la moda y del tiempo, denostada como algo pasado, en aras de lo comercial, de lo que se vende...

Anteayer, un hombre murió en un horrible accidente de conducción... y justo después de mostrarlo, el presentador de la sección de deportes del telediario trataba de vendernos un seguro para el coche.

No hubo lamentos por su pérdida, ni por el dolor de su familia, no sabemos qué edad tenía... sólo lo vimos morir en directo, porque era lo que querían que viéramos, lo que les convenía que viéramos... para luego vendernos lo que quieren que compremos.

Es por eso que cada día me gusta menos la televisión, ni siquiera los "informativos" dan información.

También hace tiempo que no me acerco a la feria de antigüedades que suelen poner en Torre Pacheco cada año... porque las antigüedades en sí, me gustan, pero cuando veo expuestos y a la venta uniformes de soldados de varias guerras y distintos bandos... siempre me pregunto si me gustaría que alguien comprase el uniforme o los efectos personales que llevó mi abuelo en la guerra civil... y la respuesta es siempre la misma... no.

Por eso no quiero nada de ese hatajo de asquerosos mercachifles, capaces de comerciar con la muerte, sin respeto por la vida ni la memoria de los que ya no están, ni por la pérdida y el dolor de sus familias.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La hija del Roble

El duende era ya un poco viejo, aunque nadie lo diría, pues hacía 150 años que se había dejado la barba y aún la conservaba igual (como el diría, un duende ha de estar siempre pulcro para cruzar el arco iris).

Era catalán, aunque se había trasladado a un pueblecito pequeño de Asturias, donde disfrutaba sus días entre sidra y gaitas. Esa mañana, camino de la sidrería del pueblo (donde siempre sisaba algo de crema de quesuco y ramoneaba un poquejo de sidra a primera hora), le sonó el móvil. Sí, habéis oído bien, nuestro duende es moderno y lleva móvil -principalmente, para hablar con la familia. No le gusta, pero acabaron convenciéndolo-.

"¿Digin?" -respondió. "Hola, yayo. Soy Cimbel, tu nieta. Quería preguntarte una cosa que mamá me dijo que tú sabrías." -le dijo ella.
"Caramba, que alegría oírte, cariño. Dime qué quieres saber." -respondió el duende, contento del parloteo franco y tintineante de su nieta.

"Esta mañana, al salir a pasear con mi amiga Dzy´ann, hemos visto algo que nos ha extrañado. Hay una colina en un claro del bosque, encima de la cual se asienta una casa de piedra. Rodeándola, casi por completo, hay una inmensa hiedra. Pensábamos que la hiedra sólo crecía sobre los árboles, nunca la habíamos visto sobre una construcción humana. Bien es cierto que ha sido nuestro primer paseo por los pueblos de Asturias, pero suponemos que habrá más casas como esa. Queremos saber cómo es posible que una criatura del bosque, como la hiedra, se avenga a convivir con humanos, que lo queman y lo destruyen." -le explicó Cimbel.

"No todos los humanos son iguales, querida niña. Está bien, decidle a vuestras madres que os venís a cenar conmigo, y os lo contaré. En mi casa, a las ocho." -la despachó el duende, colgando el móvil. Aún no se había acostumbrado a hablar por ese aparato, por mucho que sus amigos de Ciudad Lineal insitían en que era lo mejor del mundo. Tampoco iba a contar una Historia de esa manera, ni siquiera a su nieta, pudiendo hacerlo cara a cara, como mandaba la tradición de su familia de cuenta-cuentos.

Las niñas llegaron puntuales, Cimbel con sus orejas puntiagudas y brillantes, y Dzy´ann con sus alitas relucientes y su sonrisa encantadora (puesto que era un hada, no un duende).

Hace mucho tiempo, cuando todavía no había tantos hombres sobre esta tierra -comenzó el duende a relatarles-, cuando los hijos y las hijas del bosque andaban libres, y aún no había cambiado su reino de lugar, ocurrió esta Historia:

El Roble, el árbol más grande y antiguo de todo el bosque, tenía una hija. Esta se convirtió en una muchacha ágil y fuerte, capaz de cazar tan bien como cualquier hombre (y mejor que muchos, de hecho). Un día, siguiendo a un ciervo, llegó hasta un arroyo que no conocía, y viendo al ciervo vadearlo, pensó que sería fácil para ella. Pero era de noche, y el ciervo sí conocía el camino de piedras que había bajo la rápida y fría corriente del arroyo. Ella se confió, y al meter su pierna derecha en el agua sintió un calambre y le falló, pues el agua estaba  muy helada. Se hundió por completo en la corriente, y el arroyo la arrastró ladera abajo. Al final, llegó a un remanso, dolorida y magullada por raíces y piedras, y aterida por el frío. Allí pudo salir de la corriente y, exhausta, se dejó caer en la orilla, inconsciente. 

El ciervo vio el lugar donde ella había caído, pero sintió un escalofrío y su instinto le avisó para salir corriendo de allí. En ese preciso instante, una criatura envuelta en una capa, oscura como la noche, se acercó a la muchacha. "Vaya, la hija del Roble está a mi merced. Los astros no pueden ser más favorables esta noche." -pensó para sí misma Volga, la Vieja. Había estado allí desde que el mundo era joven, y había visto crecer al antiguo Roble. Sabía que a través de su hija podría tener poder sobre él, e incluso hacerle daño. Cuando el Roble no gobernase, todo el poder del bosque sería suyo. No es que ahora no tuviera poder, es que para ella eso eran migajas comparado con lo que podía llegar a tener.

"¿Qué voy a hacer contigo? Mmmmm. Ya lo sé. Te enviaré al pueblo como una humana normal. Cuando tu padre vea que te has ido con los hombres y te has olvidado del bosque, se enfadará y la magia del bosque se volverá contra ellos." Y tras decir esto, sacó de su zurrón un frasco muy bien envuelto en pieles, de aspecto delicado, lleno de un líquido azul y gelatinoso, que le hizo tragar a la muchacha, mientras esta seguía inconsciente. 

A la mañana siguiente, la muchacha despertó, habiendo olvidado por completo quien era. Sentía que debíar ir al pueblo, y una palabra sonaba cada cuarto de hora en su cabeza, aunque ella de eso no sabía nada, pues Volga la Vieja había grabado un nombre en su subconsciente.

"Ternain." 
Esa fue la primera palabra que dijo la hija del Roble cuando vio en el camino a un hombre con aspecto de leñador. Aún le faltaban dos horas andando hasta el pueblo. El hombre le indicó que se acercara por un camino que rodeaba el pueblo, a su derecha, hasta una casa sobre una colina en el claro del bosque. Allí vivía Ternain, el carpintero.

Era una casa no muy grande, hecha entera de piedra, con el suelo elevado y tres escalones para llegar hasta la puerta principal. Sobre el llamador de esta había una marca que no conocía (la marca de la familia, supuso). Atisbó por una ventana, observando que la casa estaba vacía. El tal Ternain, el carpintero, debía estar cortando madera. Al pensar eso sintió un escalofrío, pero no supo explicar porqué cuando pensó en ello. Sacudió la cabeza, como si quisiera alejar un mal presentimiento.

Se sentó ante la puerta, sobre el segundo escalón, a esperar. Ternain llegó a la hora de la comida, trayendo tras de sí un caballo, que tiraba de un carro cargado de madera, casi todo troncos de árboles ya viejos, pero aún aprovechables. Esto, inexplicablemente, la tranquilizó.

Nada más verla, fue corriendo hacia ella. La reconoció de inmediato por su pelo largo y ensortijado. Era la hija del Roble. ¿Qué estaría haciendo allí? ¿Le traería algún mensaje?

Tras las presentaciones, la hizo pasar y comieron juntos. Al preguntarle por su padre, se dio cuenta que la muchacha no recordaba quien era. Decidió que la acogería en su casa, mientras recuperaba la memoria, y al día siguiente fue al pueblo a hablar con su amigo el Bardo, a ver si había oído algo por los caminos sobre la hija del Roble.

En lo profundo del bosque, donde está el antiguo Roble, el tiempo no transcurre igual que fuera, en el reino de los humanos. Va más lento, es más hermoso. Para el Roble, habían pasado dos días desde que su hija faltaba.

La muchacha se iba a quedar unos días, que se hicieron semanas, meses y finalmente, años. Dos años llevaba en la casa de Ternain, cuando escuchó un mirlo cantando en un árbol, frente a la casa. Se asomó a la puerta y escuchó con atención su canto. Le pareció que decía "tu padre se enfadará cuando sepa que te has olvidado de él y te has venido a vivir con un humano". Pero ella no recordaba quién era su padre, y no sabía como era posible que entendiera el canto del mirlo.

El efecto de la poción que le había dado Volga la Vieja se iba debilitando cada día más... y la muchacha empezaba a tener sueños muy reales de la vida en el bosque, de la caza, de la sensación de libertad al dormir desnuda bajo las estrellas...
Bueno, esa sensación no era nueva, ya la había experimentado al lado de Ternain...

Un hombre bueno, al que había llegado a comprender y amar, que tenía toda la casa llena de cachibaches, utensilios y herramientas, pero que todos los días trabajaba con sus manos algún objeto de madera, tallando, puliendo, desbastando... porque amaba su trabajo, y porque su casa también era su vida: las paredes estaban revestidas de madera, para que no entrase la humedad; las mesas, decoradas y labradas, recordaban fantásticas formas de animales que ella nunca había visto (tortuga, llamaba a la mesa de su despacho, donde hacía los cálculos del material que necesitaba para los proyectos, las medidas, etc); la cocina tenía todo tipo de cucharas, cuencos y vasos tallados; las camas tenían patas como si fuesen fieras y las mesillas, como garzas; los armarios parecían cuevas a otro mundo, llenos de pieles por dentro y con puertas que se deslizaban para abrirse. Jamás había visto casa igual en un humano (no sabía porqué pensaba esto, de repente, si ella también era humana... ¿o no?).

El mirlo llegó de vuelta hasta el antiguo Roble, que lo había mandado averiguar el paradero de su hija, pues estaba muy preocupado. Le contó que la había visto en casa de un humano, un carpintero, que llegaba todos los días del bosque con su carro cargado de madera.

El Roble sintió primero sorpresa, luego dolor, y por último, ira. Sin saber nada de las artimañas de Volga la Vieja para hacerle daño, invocó al Señor de la Tierra, para pedirle ayuda y justicia. Le dijo que su hija le había olvidado, para irse a vivir con un hombre sin corazón, pues todos los días cortaba árboles sin piedad alguna. El Señor de la Tierra le escuchó, y sabiendo que el Roble era incapaz de mentir, le pidió que eligiese un castigo para aquel hombre, si así lo deseaba. El Roble dijo que su hija no estaría con ese hombre, a no ser que la hubiera engañado y engatusado, y que debía tener el corazón de piedra para apartarlo así de su hija. Por tanto, pidió al Señor de la Tierra que el hombre se convitiera en piedra, igual que era su corazón.

"Sea." -le concedió el Señor de la Tierra, creyendo que era justo.

Ternain estaba reparando el muro de piedra de su casa, que tenía una pequeña grieta en la fachada norte, cuando de repente se sintió desfallecer. Se apoyó en el muro, y este se fundió bajo su mano. Apoyó la otra mano, y se hundió también. Perdió el equilibrio y cayó hacia delante, de bruces contra las piedras, fundiéndose con ellas. Sólo quedó la silueta, dibujada en el muro, de lo que hacía un segundo era un hombre.

La hija del Roble llegaba de recoger agua del frío arroyo, cuando vio la escena. Corrió, pero no pudo hacer nada: su amado se había ido, fundido con la piedra de la casa que tanto quería.

Tres días de sol y tres noches de luna lloró junto a él la hija del Roble. Se olvidó de todo, incluso de comer, tan grande era su dolor. Sus lágrimas por un amor verdadero empaparon el suelo a su alrededor y llegaron más abajo, conmoviendo al duende que vivía bajo la colina. Este, afligido por la tragedia, llamó al Señor de la Tierra y se lo contó. El Señor de la Tierra fue a ver a la hija del Roble. Antes de que amaneciera el cuarto día, un hombre con una capa verde, y barba oscura, se acercó a ella desde el bosque. Tomó con su mano su barbilla, y sin decir palabra, le secó las lágrimas con un dedo pulgar áspero y frío. Se llevó el dedo a la boca y las probó. Sus lágrimas le contaron la historia, desde que Volga la Vieja la dejó sin memoria. El Señor de la Tierra se puso blanco de rabia. Respiró profundamente, y tras calmarse, sus ojos brillaron en la noche con una luz que sólo los moribundos alcanzan a ver. Puso su mano sobre la frente de la muchacha, que de inmediato recuperó la memoria, y rompió de nuevo a llorar, por haber decepcionado de esa manera tan cruel a su padre.

"Shhhhht... Niña, no sigas llorando, tu padre sabrá que no es tu culpa, yo mismo se lo contaré, y esa vieja, Volga, lamentará el daño que ha causado su ambición de poder. Dime, ¿qué puedo hacer por tí? ¿Quieres volver junto a tu padre, el Roble, en el corazón del bosque?"

"No, Señor, decidle a mi padre que le quiero con toda mi alma, pero mi lugar está aquí, junto a mi amado Ternain. Era carpintero, pero sólo cortaba árboles ya viejos, que el viento habría derribado. Estaba reparando el muro de la casa, dañado por la lluvia, el granizo y la humedad. En esta casa está su alma. Si pudiera, me quedaría para siempre protegiéndola, para que su obra no se pierda, y que sirva para varias generaciones como ejemplo de amor al trabajo bien hecho. Daría incluso mi vida por permanecer aquí, junto a él."

El Señor de la Tierra entró en la casa, y quedó admirado por el trabajo que había llevado a cabo Ternain durante su vida. Se fijó en un cuenco, cuya forma y color le recordó vivamente a una piedra caliza, a pesar de ser de madera. El trabajo de un artesano que amaba así a la Tierra le conmovió. Consideró que la petición de la muchacha era justa.

"Sea, pues. Te quedarás y guardarás la casa de los elementos. Tus raíces no serán profundas, por lo que deberás esforzarte para que la casa quede protegida y que la piedra no se quiebre. Crecerás generosa y en espiral, como lo hace la Vida, por todos aquellos resquicios donde puedas agarrarte. Deberás ser valiente y llegar arriba del todo, para que el tejado no sufra las inclemencias del tiempo. Deberás ser fiel y agarrarte firmemente, siempre, a la piedra, para que el viento no la deje al descubierto. A partir de hoy, hija del Roble, te llamarás Hiedra."

Y tras decir esto, la hija del Roble sólo pudo musitar "gracias", pues seguía de rodillas frente a la silueta de Ternain, cuando se transformaron sus piernas en raíces, hundiéndose en la tierra, y ella misma se convirtió en una hermosa hiedra, que tapó por completo la figura del muro. Fue creciendo y completando su tarea, protegiendo cada vez por más sitios la casa, hasta que la humedad, la lluvia, el sol, el frío y el viento no pudieron dañar la piedra.

Así es como la hiedra crece sobre la piedra -terminó el duende, un poco cansado debido a la hora que se había hecho tras cenar y contarles el cuento a su nieta y a su amiga, que incluso habían llorado al oírlo.-

"¿Y qué le pasó al antiguo Roble?" -preguntó Cimbel, ansiosa.
"El Señor de la Tierra envió al duende que vivía bajo la colina, que era mi tatarabuelo, a contarle la historia de su hija y Ternain. El antiguo Roble lloró savia cuando supo que su hija estaba bien y lo amaba, aunque ahora se hubiera convertido en otra criatura del bosque, distinta de la muchacha alegre y cantarina que fue, y sin embargo, igual en su esencia."

"¿Y qué ocurrió con la Volga la Vieja?" -quiso saber Dzy´ann, tan curiosa como siempre.
"No lo sé, pues mi tatarabuelo nunca lo supo. Cuando mi tatarabuelo le preguntó qué iba a hacer con ella, el Señor de la Tierra sólo le dijo una palabra, cuyo tono quedó tan grabado en su alma que incluso hoy puedo sentirlo: Justicia."

Tras ver la mirada del Señor de la Tierra cuando salió en su busca de la vieja Volga, los lobos se apartaron a su paso y aullaron de puro miedo, y la Luna se escondió entre las nubes, asustada.



- Dedicado con cariño a mi amigo el Travieso cuenta-cuentos, payasete y tamboril, Curro.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Redención

Las películas son, a veces, un silogismo de la vida, una metáfora hecha imagen y sonido, una luz que procede de un refrán o una oración.

Hace poco vi una que hablaba de redención, varios personajes, a lo largo de la narración, consiguen mirar atrás en su pasado - a veces a través de los ojos de otros - y comprenden cómo ha sido en realidad su vida, qué efectos han tenido sus actos sobre los demás:
- El super - hombre, el que se hizo a sí mismo (o la vida, más bien, lo hizo así), se da cuenta
  de que no está solo y es menos duro de lo que creía, y necesita a los demás.
- El niño lucha y vence a su miedo, "se hace hombre".
- La protagonista se redime en el sacrificio supremo, entregando su vida para salvarlos.
- El protagonista, un anti - héroe, logra recordar cómo su avaricia y su falta de escrúpulos le costó la vida a la mujer que amaba. Vuelve a encontrar una compañera, sólo para perderla otra vez. Aunque sigue vivo, está solo.

Todos debemos pagar un precio por nuestros actos, y a veces la única forma de redimirse, es estar en paz con uno mismo. Aunque estemos solos, o el precio sea el más caro que podamos imaginar.

"El viejo muere, la chica vive. Me parece justo." - John Hartigan, Sin City.

martes, 6 de septiembre de 2011

Crepúsculo

  
Llueve, mas el agua no moja mi corazón.
Ceniciento, arde como la nieve,
derrite hasta el carbón.

Unos ojos pintados, unos labios rosas:
¿una esperanza, o una expresión?

Sigo cautivo en tu mirada,
aún sin saber cuanto pesa la nada.

Señales fugaces, senda sin desbrozar:
queda mucho camino por andar.

viernes, 26 de agosto de 2011

Amigos

Salimos a bebernos la noche,
y el tiempo se deslizó por nuestras almas,
sin darnos cuenta.

Derrocharon amistad nuestras voces,
hallaron solaz nuestros corazones,
brilló la risa más que la luna,
que se escondió tras unos ojos maragatos.

martes, 23 de agosto de 2011

El perfume




Esta mañana, sin querer,
de improviso, ha venido a mí.

El perfume del bosque,
envuelto en tierno abrazo.

martes, 16 de agosto de 2011

Font Roja

Dientes de león, flores del viento
(Alcoy, Parque Natural Font Roja) 


Respiro.
Noto que estás lejos, amigo.
El Sol camina hacia el horizonte.
Tras la Montaña y los Árboles.
Los Acebos me cobijan.
La Tierra me sostiene.
La Fuente Roja me ofrece un sitio.

Recuerdo tu risa, tu cariño por tu perra.
Tus manos, expertas en arnés y cuerda.
Tus ojos, ávidos de senda.

Le pido a la Fuente que cuide de ti.
Que te recuperes pronto, y bien.
De Todo.

Que vuelvas a pisar tu Monte amado,
que vuelvas a coger las cuerdas,
que vuelvas a bajar las cuevas,
que vuelvas a subir las cimas,
que vuelvas a sentir la nieve,
que vuelvas a correr tras tu perra,
que vuelvas a abrir sendas,
que vuelvas a pasar vías ferratas,
que vuelvas a encabar colmillos.

Que vuelvas, más pronto o más tarde,
a Ser Uno con la Montaña.

- Dedicado a mi amigo y compañero de monte, "Canis Latrans" (Coyote).

jueves, 28 de julio de 2011

Fresas tras el abeto - Capítulo II - Fresas

Llegó a un cruce del camino, y sin saber muy bien en qué dirección seguir, decidió hacer caso de su intuición. Vio un mirlo alejarse en dirección oeste, y una comadreja que salía de su madriguera, asustada por su caballo, salió corriendo tras enseñar los dientes. Consultó las runas, que llevaba en una bolsita al cinto. Estas le indicaron que esperase a ver el sol, lo cual ocurrió sobre las once de la mañana. Justo cuando salía el sol entre las nubes, pasó por el camino en dirección sur un carro de un comerciante de pieles. Al preguntarle por el círculo de piedras, este lo miró extrañado, pero le indicó que si quería ir a ese lugar (“abandonado hace mucho por la gracia divina” – describió el comerciante), lo siguiera, pues iba a pasar en paralelo a esa zona. Elder montó en su caballo y lo siguió, y llegado el momento, junto a un gran roble caído a un lado del camino, el comerciante se detuvo.

“¿Ves aquella colina hacia el sur, a tres millas de aquí?” – le indicó. “Tras ella, media milla más hacia el sudeste, está el lugar que buscas. Que Dios te proteja y te guíe en tu camino, extranjero" - con estas palabras, el comerciante se despidió y continuó su viaje.

Elder se dirigió hacia la colina y al sobrepasarla, vio a la izquierda, no muy lejos, un círculo formado por piedras de dimensiones colosales, puestas de pie.

En medio del círculo habían dos personas, por lo que pudo distinguir según se fue acercando. La chica era Stauba, de eso estuvo seguro en cuanto vio su larga trenza que le caía por la espalda, y que tantos quebraderos de cabeza le había traído mientras fue su maestro de armas. Tenía una camisa hecha jirones encima, que apenas tapaba su piel; estaba agitada, respiraba deprisa, podía ver sus pechos subiendo y bajando rápidamente por su acelerada respiración. Tenía la mirada fija en el muchacho que estaba a sus pies, tendido en el suelo, parecía angustiada.

Elder desmontó, dejando que su caballo se alejara un poco para comer hierba. Fue caminando hacia la pareja, despacio, para no asustarla: era impredecible cuando estaba asustada. Ella no reaccionó al verlo, al principio; dos segundos después, se echó en sus brazos, temblorosa, y lo miró a los ojos, desesperada. “Elder, puedes ayudarlo, ¿verdad? Creo que se está muriendo”. El muchacho estaba en el suelo, blanco como el yeso, con dos agujeros abiertos en el pecho, cuya sangre estaba coagulada por el frío. Eran casi triangulares, por su forma le recordaban a un par de fresas demasiado maduras.

“¿Qué o quién le hizo eso?” – preguntó Elder a la muchacha.

“No lo sé, estaba persiguiendo un jabalí por mitad del bosque cuando oí unos gritos. Alerta, me acerqué al lugar de donde parecían provenir, tras unos abetos. Vi moverse uno de ellos, y una forma peluda, gigantesca, como un hombre con mucho pelo y cabeza de lobo, salió corriendo de allí. Me acerqué con cuidado, y al mirar, me pareció ver un par de fresas entre las hojas del abeto. Extrañada, fui rodeando el árbol despacio, hasta que encontré a este muchacho de pie, echado de bruces sobre el abeto. Lo zarandeé, pero no respondió, ni siquiera cuando le pellizqué los genitales. Las heridas son extrañas, ¿podrían ser de los colmillos de ese ser que salió corriendo?” – preguntó Stauba a su vez.

“Sí, bien pudiera ser” – afirmó Elder, pensativo. Empezó a caer una llovizna ligera, con el sol en pleno apogeo, que dio a la escena un tono aún más frío, si eso era posible. Ahora entendía, pensó Elder, el nombre de la taberna. “La oveja degollada”, claro.

“Vamos, niña, busquemos un refugio donde llevar a este pobre muchacho. Creo que he visto una cabaña abandonada hace un rato, en un recodo del camino. Podremos pasar la noche allí” – declaró Elder.

“¿No sería mejor buscar un médico? Está débil, su respiración es muy leve y está pálido” – preguntó Stauba.

“No, creo que su enfermedad sólo conoce un tipo de cura, y estoy seguro que no te agradaría verlo morir en manos de un mata – sanos, pues hay pocos por estos lugares que sean hábiles en su profesión" - respondió Elder.

“Bueno, está bien, confío en ti. Espero que puedas ayudarlo” – y tras decir esto, Stauba ayudó a Elder a subir al muchacho al caballo, tumbado encima de la silla, pues estaba inconsciente. Y así, se alejaron del círculo de piedras, que pareció casi emitir un sonido al salir ellos de su interior, y notaron ambos algo extraño, como si el aire fuera menos denso ahora, en el camino hacia la cabaña.

sábado, 2 de julio de 2011

Lienzo de noche y luz



Dibujas en mitad de la noche un acento celta,
recuerdo de la luz cuando amanece el Ebro, en el Delta.

Resurges como la espiral, sacas hojas sin espinas,
muerdes la cuerda, el oído afinas.

Eco de años refulgente,
el sudor perla su frente,
mientras su memoria mide los trastes
y sus manos nos transportan en el tiempo,
hacia atrás y hacia delante,
meciéndonos a su aire.

Trabajo duro, que no amarga,
pues cuando se comparte se atesora:
allí donde nuestro corazón quiere volver,
sin tregua, hora tras hora.

Dos manos, un latido, un cajón:
cuatro golpes, un ritmo, un son.

Salto preciso,
vuelan sus dedos,
cae una mano,
hablan y bailan las dos.

Cuadro en tres almas pintado,
lienzo en armonía de color labrado,
filtro fotográfico al trasluz:
tres músicos, una vieja noche, una nueva luz.

- Dedicado a mis amigos de "Sin Tregua".

jueves, 23 de junio de 2011

Latidos del alma

Suenan. Retumban.

Un latido.
Dos latidos.
Me uno con un redoble.
El djembé canta su alma a mi lado, oscuro y dorado.
Cinco.
Seis.
Bum. El chamán ha hablado.

Nos alzamos en un coro no estático, álgido y simpatético.
Con una danza casi agónica, se libera.
Ahora la veo, por fin comprendo:
es Roja.

Desnuda delante de mí,
la veo cubierta de sangre,
como la viera por primera vez Madre.

Lentamente,
alegre y de rodillas,
se ve atraída
por otra mente.

De pronto, cae y recuerda,
su alma se lamenta,
elevada hacia la cuerda.
Ahora es Azul, como su añoranza y su tristeza:
"¡Ïa-uggg!", la oigo chillar en mi cabeza.

Añora y tañe su lamento,
escapada por un rato del sufrimiento,
en un mundo que ya no es el suyo,
de un instinto cuyo recuerdo
es sólo sentimiento.

A través del sonido de la cuerda,
emerge su avatar, denso como la oscuridad:
la acaricia, la tañe, la convoca.
Es música de su alma, que siente pesar
por un mundo donde no hacen falta palabras:
sólo vivir, vibrar, correr, gruñir, cazar, retozar.

Parte en dos mi alma de hombre
y mi ser de lobo
con su último tañido, gañido, quejido.

Dos hermanas suenan como una sola.
En la cumbre se pierde una bola.

Queda, suavemente,
volvemos al silencio,
de donde nacimos,
para descansar.

Velada



Como tras un velo transparente y añil,
tu mirada me sorprende, sutil.

Me hablas, mas no te oigo.
Me miras, mas no te veo.
Sólo siento tu risa,
que calienta mi alma.

Y sólo tienes una mirada dulce,
a veces tras lágrimas velada,
y un camino para compartir...

- Dedicado a una amiga... especial...

viernes, 10 de junio de 2011

Crisol


Una parte de mi alma camina por Santiago.
Me llegan su tristeza y su añorar,
una nueva esperanza y un viejo pesar.

Otras partes toman té y limón helado,
sabiendo que ya no estoy hechizado.

Cada día doy gracias por un don otorgado:
ver más allá, lo que a otros les está vedado.

Su espíritu antiguo, su fuerza interior:
fue lo que me atrajo,
como canto de mirlo,
hasta Gort.

Trae Memoria en su voz un recuerdo,
el espacio de cinco puntas,
de donde provengo:
un espíritu y cuatro elementos.

No quiero saber mi destino,
que describe la luz de las cinco
en caracteres de idioma chino.

Rojo como el poniente sol,
negro como el redoble de tambor,
dorado como las siemprevivas en flor,
la Musa los amalgama en su crisol.

Son tres partes de mi alma,
las veo sin desazón,
que ahora jalonan mi senda:
confortan mi corazón,
dan alas a mis sueños,
mantienen viva mi razón.

jueves, 9 de junio de 2011

Fresas tras el abeto - Capítulo I - Elder


Su caballo bufaba y avanzaba trabajosamente, azotado por la nieve que caía, densa, con un viento racheado que le hacía sacudir la cabeza de vez en cuando. El monje no sentía el frío, en parte porque estaba acostumbrado al clima de su Islandia natal, en parte porque llevaba suficientes capas de ropa de abrigo encima. Sus cabellos oscuros, lacios y largos, ondulaban al viento, debajo de su sombrero gris de ala ancha, el cual iba bien sujeto por la cinta bajo su mentón.

Cualquiera que lo viese pensaría que era un buhonero, por lo abultado de sus alforjas y por su aspecto de vendedor ambulante. Pero eran tiempos peligrosos, y era mejor parecer un comerciante que un monje de una religión que no era bien vista por los nativos del lugar donde se encontraba.

Tras superar una curva del camino, embarrado, entre marrón y blancuzco, creyó ver unas luces a su derecha, unos quinientos metros más adelante.

“¡Qué bien!” – pensó – “Esta noche tendré cena y cama caliente”. Sentía los músculos tensos y pesados bajo la ropa empapada de sudor. Sus pectorales, bíceps y tríceps empezaban a dolerle, y sentía una ligera picazón en los muslos y en los glúteos. Las manos ya casi no las sentía, no por el frío, sino por el cansancio: llevaba 16 horas a caballo, aunque había parado varias veces a descansar y a darle agua y comida a su caballo.

Al llegar bajo las luces, leyó el cartel de la posada: “La oveja degollada”. Curioso nombre para una posada como esa, perdida en mitad del camino hacia ninguna parte, y cercana a los fríos y solitarios páramos de Bodmin Moor. Pero a pesar suyo, tuvo que reconocer que parecía acogedora en mitad de la tormenta de nieve, se oían cánticos, charlas y juramentos que procedían del interior: las gentes del pueblo estaban esa noche reunidas, en una celebración, en una algarabía disonante y familiar al tiempo.

Tras bajar del caballo, lo acercó al establo anexo, donde dos muchachos con cara de estar muertos de frío y cansados le atendieron amablemente, y se pusieron a almohazar su caballo. Le indicaron que en la posada encontraría habitación y podría cenar y asearse, cosas ambas que estaba deseando hacer. Cuando les preguntó si conocían el círculo de piedras, del que había oído decir que estaba cerca, en los páramos, ambos se persignaron y asintieron, extrañados. Mas no supieron indicarle en qué dirección estaba (o no quisieron, no lo sabía).

Entró en la posada, entre miradas hoscas unas y divertidas otras, y cuando el dueño le preguntó su nombre, sólo respondió “Elder”, con su voz profunda y musical. Esa noche durmió de un tirón. Cuando llegó el alba, cogió su caballo y partió en busca del círculo de piedras que Gyenna le había descrito en sus visiones. Allí debería encontrarse con su hija y llevarla de vuelta a casa. Pero no tenía sentido todo aquello, se decía para sí mismo mientras su caballo resoplaba jirones blancos de niebla.

lunes, 6 de junio de 2011

Fresas tras el abeto - Prólogo

Prólogo


Despuntaba el día, clareándolo todo con los colores de la luz incipiente, que se iba asomando sobre el horizonte, reptando, sigilosa, abriendo flores a su paso, que exponían su interior más bello, agradecidas.

Sus ojos se entreabrieron. “Mmmmhhh” – musitó, medio dormida todavía. Su cabello rubio le llegaba hasta la mitad de la espalda, cayendo también por delante hasta sus pechos. Se dio la vuelta sobre la cama, pero su compañera ya no estaba a su lado; aunque era el alba lo que la había despertado, y no su ausencia.

Saltó de la cama con su metro ochenta de piel erizado por el frío repentino de tirar el edredón al suelo. “Lauraaaaaa” – llamó, pero no obtuvo respuesta a través de la ventana abierta. Enero en Snowdonia. Hasta las águilas tenían carámbanos en el pico.
“¿Dónde se habrá ido esta vez? Tendré que ir a buscarla, con este frío” – pensó Emma,
mientras recordaba los sitios donde otras veces la había encontrado, tras varios días de búsqueda.

Tenía los pezones de punta por el frío. Se puso su ropa de trabajo, y la capa de siempreviva encima. Salió calzada con sus botas de piel de oso, y las raquetas debajo. En la nieve se veía el rastro de unos pies humanos, y algunas gotas de sangre de vez en cuando. "Vaya, parece que le ha venido, por fin” – se dijo a sí misma al ver la sangre.

“Mira que si se llega a quedar encinta después de su último encuentro, no quiero imaginarme las consecuencias. Su madre me habría cortado las orejas” – y al pensar eso tembló, recordando la ira de Gyenna, la madre de Stauba (Laura era su nombre de humana, que Emma usaba para recordarle que tenía unas obligaciones si vivía junto a otras personas, en sociedad).

Sí, sin duda, le habría cortado las orejas... o el cuello. Ella era la encargada de proteger a su hija. Pero en realidad, por mucho que se esforzaba, no podía controlarla, ni seguir su ritmo.

Era como una niña, curiosa e inquieta, que iba de aquí para allá, explorando, buscando todo lo que le llamaba la atención por su tipo de energía. Y eso en esa región era algo especialmente peligroso. Porque había puertas entre los mundos que nadie sabía adónde llevaban, ni como pasarlas, ni cuándo habían sido abiertas. Y porque a veces de esas puertas salían visitas poco recomendables...

domingo, 5 de junio de 2011

Don Alguien

Sin duda, ochenta y tantos años es una edad respetable.
Lo bastante como para tener el tratamiento de Don o Doña, sobre todo
si va asociado a una posición respetable en el seno de esta hipócrita sociedad.
Pero sigo creyendo, más como filosofía vital, que como teología, que toda acción
tiene su reacción correspondiente.
Que todo lo que hacemos, tarde o temprano, vuelve a nosotros. Bien con bien,
y mal con mal, nos es devuelto. Y no en la misma medida que lo realizamos,
sino multiplicado por tres, al menos.
Que no es azar, sino la respuesta a nuestros actos, lo que trae el amor a nuestra vida.
Que no existe la casualidad, sino la causalidad.
Que nuestros odios de hoy los pagaremos mañana con creces.
Que nuestras rapiñas y nuestra codicia serán vanas, pues nada llevaremos a la tumba
del vil metal. Y que a la Muerte le da igual si somos ricos o pobres, pero a la Vida sí
le importa si dejamos deudas atrás.
Y aunque sea en último término, las pagamos todas juntas.
No quisiera yo ser Don Alguien, y que venga ella a cobrarse el precio de una vida,
amparada por la noche y un pasamontañas.
Prefiero morir pobre y tranquilo, prefiero ser Don Nadie.
Cuando llame a mi puerta, le abriré con calma y la invitaré a un café, como
a esa vieja amiga que no ves desde antaño, pero que sólo mirarle a los ojos,
ya sabes qué te va a decir, como si no hubieran pasado cinco minutos desde
la última conversación, y después de charlar sobre la Vida, saldremos, como hace años,
a bailar juntos a la luz de la Luna...

Fragancia



Etérea
Una oleada de sentimientos me invade
Y no puedo sustraerme a ella
Percibo tu valor salvaje
Tu fuerza y tu coraje
Tu amoroso corazón
Tu sutil sinrazón
Tu nervio
Tu templanza ante la vida
Tu valentía, una vez que has decidido
Sigues de frente, hasta el final
Todo ello me sacude
y se funde en blanco,
en una aureola mortal
que a tí te sugiere paz.

- Dedicado a Colorines.

Timbiriche



Inevitable como la espiral...

La vida de la Tierra surge.. y me envuelve...
Su cadencia muerde mi corazón...
Su rumor hace vibrar mi sangre...
Su Fuego altera mi conciencia...

Vuelvo a comenzar...

miércoles, 1 de junio de 2011

Momento en rojo



Hoy me pareció verlo:
una muchacha, riendo y bailando,
bajo una lluvia de color
entre jacarandas en flor.

- Dedicado a Bailando con el viento.

sábado, 28 de mayo de 2011

El esposo


 "¡Levántate ya, amada mía,
hermosa mía, y ven!
Que ya se ha pasado el invierno
y han cesado las lluvias.
Ya se muestran en la tierra los brotes floridos,
y ha llegado el tiempo de la poda,
y se deja oír en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.
Ya ha echado la higuera sus brotes,
ya las viñas en flor esparcen su aroma.
¡Levántate, amada mía,
hermosa mía, y ven!
Paloma mía (que anidas), en las hendiduras de las rocas,
en las grietas de las peñas escarpadas,
dame a ver tu rostro,
hazme oír tu voz.
Que tu voz es dulce
y encantador tu rostro."

Salomón, El Cantar de los Cantares.

- Dedicado a quien sueña en verso y cuyo carruaje es sueño...

jueves, 26 de mayo de 2011

Libélula




Me regala el viento
su perfume de fresco aliento:
higuera e hinojo.

Cerca de una hoja,
con ella mi mirada se posa.
Es verde, pequeña, frágil, recta,
y al tiempo, rebelde, dura, graciosa, resuelta.

Vuelan hacia mí dos abejas,
rubias, doradas,
como queriendo proteger a su compatriota de higueras,
sinceras, aliadas.

Sus ojos me miran, curiosos,
mientras el sol dibuja
reflejos verdeolados
en sus alas de libélula.

Su batir de alas rítmico
encadena su vuelo preciso,
y con su baile cómico
atraviesa el aire tórrido.

Vuelven de nuevo a la sombra,
y yo retorno a mi tarea;
el sol revela penumbra,
la higuera cobija a la libélula.

sábado, 14 de mayo de 2011

Arena




no recuerdo la primera vez que ví la luz,
y lloré,
y aparecí en tus brazos.

se te olvida
el primer beso que arrasó nuestros corazones
y congeló el tiempo (y la torta que me diste).

se me olvida
el primer chupetón que te hice,
en el pecho.

se nos olvidan, a veces,
las noches de sol a la luz de la luna,
las horas robadas a la brisa,
las risas rieladas por la marea.

nos traspasa el recuerdo
de cuando cabalgamos al viento
en la proa de un velero ceniciento.

he sido para unas amigo,
para otras amante,
para otras hermano y compañero,
para otras hijo...
y aún recuerdo tantas manos llenas de ternura...
y aún tengo por ser tantas cosas...
amigo, amante, hermano, padre, hijo, esposo...

La marea del tiempo va lamiendo, lenta,
la arena de la vida,
mientras vosotras tapáis con amor
las cicatrices, antes que vuelvan a abrir...

Me pregunto a qué nueva orilla me llevará...
mientras el sol se aleja hacia su horizonte,
de espaldas, en silencio...

miércoles, 11 de mayo de 2011

Águilas de acero



Retiembla el aire bajo el calor del motor,
hondo rugido de león en su estertor.
Siete águilas de acero lo rasgan,
sus nervios precisos no dudan.

Flechas blancas en el horizonte,
hasta que se alejan cortando el eje,
fundidos a blanco estelado,
sin rastro en azul cincelado.

Se abren como una flor de lis,
como el zarpazo de un tigre gigantesco.
Se cruzan, con el sentimiento
de llevar anhelos a existir.

Sus sentidos alerta,
su intuición viva,
avisan si están muy cerca
de una mano amiga.

Bajo los pies el cielo,
como en el simulador,
y sobre la cabeza,
el compañero aviador.

Hacen doble espejo,
águila contra águila,
cielo frente a mar,
buscan su reflejo.

Atraviesan el mundo,
llevando en su lomo
la cinta amarilla
de nuestra memoria.

En sus alas,
diecisiete plumas,
teñidas del rojo sangre
de todo combate.

Elevan con ellos corazón, fe y esperanza,
al bailar el aire con su exacta danza.
Por siempre parte de las fábulas:
¡Buen vuelo, Águilas!

- Dedicado a la Patrulla Acrobática Águila.

martes, 3 de mayo de 2011

Mártir

Mártir es quien muere por una causa,
sea esta justa o no.
Viene a mi memoria el martirio
sufrido por otros a causa de su fé.

Hoy han nombrado otro mártir:
seguro que lo seguirán muchos más.
La violencia sólo engendra odio,
y su nieta es la muerte.

Recuerdo hoy a muchos amigos musulmanes, que decían el 11-M,
con lágrimas en los ojos: "esos asesinos no son hijos de Alá,
no son de mi raza, eso no es lo que predica mi religión".

Sólo los locos, los fanáticos, les buscan las vueltas a sus creencias
para ir contra los demás porque no creen en ellas.
Los norteamericanos no entienden de estadísticas,
simplemente pueden matar y lo hacen.

Mientras los asesinatos con arma de fuego, las violaciones
y los atracos a punta de pistola siguen creciendo en número,
también sigue creciendo la lista del corredor de la muerte.

Mientras el terrorismo sigue buscando dinamitar sus bases,
ellos siguen bombardeando y matando, con civiles en medio o sin ellos.
La guerra sólo es un negocio sucio, y les gusta dirigirlo.

Lo más triste es que una vida humana no tenga valor ninguno...
para un país que se llena la boca diciendo que es el defensor de la libertad y de los derechos humanos...

domingo, 1 de mayo de 2011

Sepia y carboncillo


La luz del día entra por la ventana,
¿o es por la tarde?
Te levantas hoy, sin gana,
y emprendes un viaje.

No huyas del pasado:
pues no existe.
Sólo tienes un día para vivir,
y es de hoy en hoy, en adelante.

Miro la elegancia de tu pelo
desbrozada por el carboncilllo,
la ternura de tu pecho
aureolada por una sombra sepia.

Siento la ruptura de una ilusión,
el viejo hábito de volver a empezar.
La misma cama, la misma soledad.

Esas cuatro paredes,
que aunque hermosas y llenas de hijos,
te hacen recordar.

Sal de viaje, pero no sólo de casa,
sino de tí misma:
tómate unas vacaciones, des-cánsate.

Re-ponte, re-plantéate, re-créate:
ilusiónate otra vez con la vida,
con TUS vidas: con sus ojos,
en los que ver la tu luz de cada día.

Sal de viaje, y no vuelvas nunca:
ni a camino marcado,
ni a hombre malhadado.

Y recuerda sólo por un instante,
sin nombre ni figura, sólo una sensación
que da frutos de ternura, alas de corazón
y hace vivir la mente más allá de toda emoción...

AMOR...

- Dedicado a La rosa de Tenochtitlán...

miércoles, 27 de abril de 2011

Retrato en gris


Dices que te deslizas
hacia el tiempo inexorable
y no te das cuenta
que sólo te acaricia al pasar.

Que sigues un camino que nadie ha marcado,
y en la arena, delante tuya, aún no hay huellas.
Mira hacia atrás, las que hubo
las han borrado la lluvia y las mareas.

Tus pies, lamidos por olas frías,
son los remos de ese frágil esquife,
que se aleja de la tormenta
como la mariposa se acerca al huracán.

Como el silencio eléctrico que vive antes del relámpago,
fuera del tiempo y de la luz, espaciado en el sonido.
En su propio lugar, oscuro y cálido.

Porque, dentro, cuando ya no hay olas,
es cuando vive en ti la calma,
esa en que ardes y esperas, sabiendo...

que hay tabiques estucados más densos
que un día de lluvia, pues esta sólo cae
hacia la tierra, a la que ama...


- Dedicado a una fiera virgen que sigue amando... a la vida...

lunes, 25 de abril de 2011

El silencio



Y el silencio, preñado de la vida,
dio a luz a sus hijas, las palabras.

Eran justas, hermosas, necesarias:
sólo eran tres, y estaban vivas.

En eso, su sonido se hizo eco
y soñó un corazón.

Atraído por el eco, el astro rey
abrió sus ojos y vislumbró,
al principio del mar donde se asomaba,
una tierra nueva, recién creada.

Y allí aguardan, en el silencio, las tres primeras hijas,
a que el dorado rayo lentamente,
desde el horizonte,
amplifique su eco
y comiencen a brotar de la tierra flores amarillas.

martes, 19 de abril de 2011

El baúl

Hay en mi casa un baúl,
viejo y hermoso,
por algún lado
oxidado y mohoso.

De antigua madera de cedro,
traída allende los mares
por amigos leales,
que ahora vuelven hacia su futuro.

Lo abro,
y miro dentro:
es increíble la cantidad de cosas que caben.
Más que un baúl, parece un aleph.

Caben la fé que algunos olvidan por los rincones,
la esperanza que guardamos en nuestros más secretos cajones,
la lealtad que enorgullece nuestros corazones,
la compasión que estrecha nuestras relaciones.

Caben la ternura que no se ha ido,
el recuerdo que va en avión,
la luz de unos ojos dormidos,
la semblanza de una pasión.

Mientras camino,
leo en mi corazón
una palabra que a veces olvido
y que inunda mi razón.

AMISTAD...

- Dedicado a Marcelo, Eli, Micaela y Paula, que hoy vuelven a su Ecuador.

domingo, 17 de abril de 2011

Magias gemelas

 

La música culebrea empinándose,
siguiendo nuestro baile
hasta el pórtico romano.

Miradas iguales
atraviesan mi alma
con la hermosa ilusión
de sus seis años.

Me interrogan,
mudas y ansiosas,
sobre las magias gemelas
que llevo al cuello.

Les respondo,
creando la música
con que danzan las bruixas.

Caen sus dos corazones
ante ella rendidos,
hechizados y agradecidos.

sábado, 9 de abril de 2011

Atisbo


Alba.
Camino.

Contemplo al pasar
casas sin puertas,
derrotadas por el tiempo
y el no estar.

En la mañana,
llego a una puerta.
Antes de abrirme,
me invitan a pasar.

Una mirada me examina,
entre inquisitiva y divertida.
Con mano atenta, presta,
me ofrecen comida.

Dan reposo al viajero,
alientan al fatigado.
Respetan al llegado,
dando amor y cuidado.

Su instinto
se ve invadido
por la prudencia.
Su raciocinio,
por el miedo
a lo oscuro.

Pero yo soy
sólo un caminante.
No soplaré
para tirar su puerta.
La primavera
tiñe de horas el corazón.

Ocaso.
Camino.

jueves, 24 de marzo de 2011

Primavera


Calor.
Surge a mi derecha, el sol.
Se alza y se une,
siguiendo su rol.

Veo tres rosas.
Como todas, tienen espinas,
mas son hermosas:
una azul, una amarilla, una roja.

Ahora sacan su belleza,
de esas espinas que estallan sin tristeza,
de ese marrón negruzco y puntiagudo,
que les da su firmeza, nervudo.

Vórtice de amor transido,
diente a espina fundido,
lenguas de fuego unidas,
almas a un mantra forjadas.

No hay sonido, ni imagen, ni verbo
que pueda describir el tono
del contrapunto rítmico
de su silencio único.

Es como una nota musical
pura, sin modular,
que incluye a todas las demás.
Es verde, gutural.

domingo, 20 de marzo de 2011

Tierra Nueva


Al fin hemos tocado tierra. Ya estoy fuerte y sano.
Tras nadar durante la noche del océano, desde una nave alguien me lanzó un cabo y logré subir a bordo. Dice que tenía fiebre, y que estuve delirando varias noches.
No lo recuerdo, ni tampoco lo que dije.
Tan sólo recuerdo una figura, de pelo enredado y obtuso, que venía a cambiarme
el paño húmedo y frío que cubría mi frente.
Recuerdo sus manos, castigadas por el trabajo de años entre cuerdas y madera.
Pero era el trabajo que más amaba, como tantos hombres de mar.
Sus ojos, profundos como el mar... su mirada sincera y amable... su cara... ojalá pudiera recordar su cara...

Estuve ocho días, escondido, recuperándome, cuidado por esas manos firmes y atentas... como un polizón, que teme que alguien lo descubra y lo arroje por la borda... y como un invitado en casa ajena, al que ofrecen todo lo que necesita, antes de que lo pida...

Ahora estoy de nuevo solo, en tierra firme. La nave partió, con rumbo nuevo e indómito.
Dicen que el muchacho desembarcó aquí, en una ciudad de la que no había oído hablar
hasta ahora. Y que al alba partió hacia Benarés, en busca de alguien, un maestro, creo.
Yo bajé por una de las maromas, de noche, para no ser descubierto.

Acabo de pasar un cartel, "Benarés - 530 Km". Aún me queda mucho camino.
Llevo varios días andando, pues no tengo otro medio para moverme.
Espero llegar a ver a ese maestro, de quien el muchacho me habló.

Me he envuelto una túnica, como hacen los habitantes de esta zona.
No quiero que vean mis tatuajes, pues de inmediato me delatarían como extranjero.

De los muchos que llevé, sólo conservo los de las muñecas, como dos anchas pulseras.
Y los tres círculos de mis rangos, que llevo en la nuca, tapados por la melena.
No volveré a tatuarme los hombros, ni la espalda, con símbolos que no dicen nada.
Duele demasiado el quitarlos, cuesta que la piel se regenere.

Mi barba y mi melena sin cortar no llaman la atención entre la gente, y mi tez morena,
curtida por el sol y el mar, me hace parecerme aún más a ellos.
Mi silencio, pues no entiendo el idioma, y mi delgadez por los días de fiebre en alta mar,
deben hacer que parezca uno más de los santones que llenan las orillas del mítico Ganges.

Con gestos, con la mirada, consigo comunicarme con la gente que encuentro en el camino,
y siempre solícitos y amables, me ofrecen parte de su comida y su agua. 
Parte de su vida, de su generosidad, de su amistad... a mí, a un perfecto desconocido,
a un pirata que en otro tiempo los habría hecho prisioneros y vendido como esclavos...

No sé si estoy en una Tierra Nueva, o si ahora veo a las gentes de un modo nuevo...
sin malicia... sin dobles intenciones por mi parte... sin envidia... sin odio...
Mi pasado ya no existe, dejó huellas en mi piel, pero las cadenas ya no están.
Sólo ando hacia Benarés, en busca de un maestro. Y recuerdo unos ojos...

jueves, 17 de marzo de 2011

Son del alma pura


Vieja piel bruñida
o sílice tatuado,
dando a tu alma
distinto resultado.

Pides que te encadenen y te aprieten,
para que mejor puedas moverte.
El cáñamo se estira, el cuero se ajusta,
una vuelta más y das la nota justa.

Resuenan dedos de madera,
siguiendo el rito mental
que surge desde tu silencio lleno.

Sin palabras, creas la vía
donde los demás corren,
dando aliento a mi alma
y música a nuestra vida.

Voces




Escucho:
Oigo voces.

Voces que susurra el tiempo,
las oigo, mas no con mis oídos,
en la cima, detrás del aullido del viento.

Voces chillonas y estridentes,
voces de otro mundo,
salidas de un ensueño de la mente.

En las noches de frontera,
amenazan desde allí con cruzar
y rasgar mi alma entera.

Por eso acudo al Señor de la Tierra,
me sostengo en su mano firme,
que nunca yerra.

Voces femeninas, fuertes,
de mujeres salvajes,
que ven el interior
y me infunden coraje.

Antes del salto,
siempre es igual el salmo:
"¡Vamos, lobo!"
Y allá voy:
"¡Hoka-hey!"

Maldita Nerea



Tu mirada me hace grande... aunque tú estés en Madrid...

martes, 1 de marzo de 2011

Mirador


Olas de viento
surcan los árboles.

Un leve aguacero
me reconforta.

Entre la lluvia, 
una figura
reclama mi sonrisa.

- Dedicado a Bailando con el Viento...

jueves, 24 de febrero de 2011

El muchacho

Ayer se plantó delante mía, el pelo revuelto y estos grandes ojos marrones, llenos de vida.
Hacía veinte años que no lo veía tan de cerca, tan próximo.
Nos fundimos en un abrazo, y volvimos a ser uno.

Lo recuerdo bien: ese chaval que no podía ni subir la cuerda del gimnasio, que siempre
se quedaba atrás, hasta que un día tuvo el tiempo a su favor, y no en contra,
y siguió corriendo...

Incluso cuando todos sus compañeros se habían parado, exhaustos, él seguía corriendo,
detrás de uno que jugaba de ala pivot en el equipo de baloncesto, y que sólo le sacaba
200 metros de ventaja...

Y siguió corriendo, no por darle alcance ni por ganar,
sino porque era feliz de estar vivo y corriendo...
libre... igual que un lobo...

Ayer aquel muchacho volvió a correr conmigo...