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jueves, 23 de junio de 2011

Latidos del alma

Suenan. Retumban.

Un latido.
Dos latidos.
Me uno con un redoble.
El djembé canta su alma a mi lado, oscuro y dorado.
Cinco.
Seis.
Bum. El chamán ha hablado.

Nos alzamos en un coro no estático, álgido y simpatético.
Con una danza casi agónica, se libera.
Ahora la veo, por fin comprendo:
es Roja.

Desnuda delante de mí,
la veo cubierta de sangre,
como la viera por primera vez Madre.

Lentamente,
alegre y de rodillas,
se ve atraída
por otra mente.

De pronto, cae y recuerda,
su alma se lamenta,
elevada hacia la cuerda.
Ahora es Azul, como su añoranza y su tristeza:
"¡Ïa-uggg!", la oigo chillar en mi cabeza.

Añora y tañe su lamento,
escapada por un rato del sufrimiento,
en un mundo que ya no es el suyo,
de un instinto cuyo recuerdo
es sólo sentimiento.

A través del sonido de la cuerda,
emerge su avatar, denso como la oscuridad:
la acaricia, la tañe, la convoca.
Es música de su alma, que siente pesar
por un mundo donde no hacen falta palabras:
sólo vivir, vibrar, correr, gruñir, cazar, retozar.

Parte en dos mi alma de hombre
y mi ser de lobo
con su último tañido, gañido, quejido.

Dos hermanas suenan como una sola.
En la cumbre se pierde una bola.

Queda, suavemente,
volvemos al silencio,
de donde nacimos,
para descansar.

Velada



Como tras un velo transparente y añil,
tu mirada me sorprende, sutil.

Me hablas, mas no te oigo.
Me miras, mas no te veo.
Sólo siento tu risa,
que calienta mi alma.

Y sólo tienes una mirada dulce,
a veces tras lágrimas velada,
y un camino para compartir...

- Dedicado a una amiga... especial...

viernes, 10 de junio de 2011

Crisol


Una parte de mi alma camina por Santiago.
Me llegan su tristeza y su añorar,
una nueva esperanza y un viejo pesar.

Otras partes toman té y limón helado,
sabiendo que ya no estoy hechizado.

Cada día doy gracias por un don otorgado:
ver más allá, lo que a otros les está vedado.

Su espíritu antiguo, su fuerza interior:
fue lo que me atrajo,
como canto de mirlo,
hasta Gort.

Trae Memoria en su voz un recuerdo,
el espacio de cinco puntas,
de donde provengo:
un espíritu y cuatro elementos.

No quiero saber mi destino,
que describe la luz de las cinco
en caracteres de idioma chino.

Rojo como el poniente sol,
negro como el redoble de tambor,
dorado como las siemprevivas en flor,
la Musa los amalgama en su crisol.

Son tres partes de mi alma,
las veo sin desazón,
que ahora jalonan mi senda:
confortan mi corazón,
dan alas a mis sueños,
mantienen viva mi razón.

jueves, 9 de junio de 2011

Fresas tras el abeto - Capítulo I - Elder


Su caballo bufaba y avanzaba trabajosamente, azotado por la nieve que caía, densa, con un viento racheado que le hacía sacudir la cabeza de vez en cuando. El monje no sentía el frío, en parte porque estaba acostumbrado al clima de su Islandia natal, en parte porque llevaba suficientes capas de ropa de abrigo encima. Sus cabellos oscuros, lacios y largos, ondulaban al viento, debajo de su sombrero gris de ala ancha, el cual iba bien sujeto por la cinta bajo su mentón.

Cualquiera que lo viese pensaría que era un buhonero, por lo abultado de sus alforjas y por su aspecto de vendedor ambulante. Pero eran tiempos peligrosos, y era mejor parecer un comerciante que un monje de una religión que no era bien vista por los nativos del lugar donde se encontraba.

Tras superar una curva del camino, embarrado, entre marrón y blancuzco, creyó ver unas luces a su derecha, unos quinientos metros más adelante.

“¡Qué bien!” – pensó – “Esta noche tendré cena y cama caliente”. Sentía los músculos tensos y pesados bajo la ropa empapada de sudor. Sus pectorales, bíceps y tríceps empezaban a dolerle, y sentía una ligera picazón en los muslos y en los glúteos. Las manos ya casi no las sentía, no por el frío, sino por el cansancio: llevaba 16 horas a caballo, aunque había parado varias veces a descansar y a darle agua y comida a su caballo.

Al llegar bajo las luces, leyó el cartel de la posada: “La oveja degollada”. Curioso nombre para una posada como esa, perdida en mitad del camino hacia ninguna parte, y cercana a los fríos y solitarios páramos de Bodmin Moor. Pero a pesar suyo, tuvo que reconocer que parecía acogedora en mitad de la tormenta de nieve, se oían cánticos, charlas y juramentos que procedían del interior: las gentes del pueblo estaban esa noche reunidas, en una celebración, en una algarabía disonante y familiar al tiempo.

Tras bajar del caballo, lo acercó al establo anexo, donde dos muchachos con cara de estar muertos de frío y cansados le atendieron amablemente, y se pusieron a almohazar su caballo. Le indicaron que en la posada encontraría habitación y podría cenar y asearse, cosas ambas que estaba deseando hacer. Cuando les preguntó si conocían el círculo de piedras, del que había oído decir que estaba cerca, en los páramos, ambos se persignaron y asintieron, extrañados. Mas no supieron indicarle en qué dirección estaba (o no quisieron, no lo sabía).

Entró en la posada, entre miradas hoscas unas y divertidas otras, y cuando el dueño le preguntó su nombre, sólo respondió “Elder”, con su voz profunda y musical. Esa noche durmió de un tirón. Cuando llegó el alba, cogió su caballo y partió en busca del círculo de piedras que Gyenna le había descrito en sus visiones. Allí debería encontrarse con su hija y llevarla de vuelta a casa. Pero no tenía sentido todo aquello, se decía para sí mismo mientras su caballo resoplaba jirones blancos de niebla.

lunes, 6 de junio de 2011

Fresas tras el abeto - Prólogo

Prólogo


Despuntaba el día, clareándolo todo con los colores de la luz incipiente, que se iba asomando sobre el horizonte, reptando, sigilosa, abriendo flores a su paso, que exponían su interior más bello, agradecidas.

Sus ojos se entreabrieron. “Mmmmhhh” – musitó, medio dormida todavía. Su cabello rubio le llegaba hasta la mitad de la espalda, cayendo también por delante hasta sus pechos. Se dio la vuelta sobre la cama, pero su compañera ya no estaba a su lado; aunque era el alba lo que la había despertado, y no su ausencia.

Saltó de la cama con su metro ochenta de piel erizado por el frío repentino de tirar el edredón al suelo. “Lauraaaaaa” – llamó, pero no obtuvo respuesta a través de la ventana abierta. Enero en Snowdonia. Hasta las águilas tenían carámbanos en el pico.
“¿Dónde se habrá ido esta vez? Tendré que ir a buscarla, con este frío” – pensó Emma,
mientras recordaba los sitios donde otras veces la había encontrado, tras varios días de búsqueda.

Tenía los pezones de punta por el frío. Se puso su ropa de trabajo, y la capa de siempreviva encima. Salió calzada con sus botas de piel de oso, y las raquetas debajo. En la nieve se veía el rastro de unos pies humanos, y algunas gotas de sangre de vez en cuando. "Vaya, parece que le ha venido, por fin” – se dijo a sí misma al ver la sangre.

“Mira que si se llega a quedar encinta después de su último encuentro, no quiero imaginarme las consecuencias. Su madre me habría cortado las orejas” – y al pensar eso tembló, recordando la ira de Gyenna, la madre de Stauba (Laura era su nombre de humana, que Emma usaba para recordarle que tenía unas obligaciones si vivía junto a otras personas, en sociedad).

Sí, sin duda, le habría cortado las orejas... o el cuello. Ella era la encargada de proteger a su hija. Pero en realidad, por mucho que se esforzaba, no podía controlarla, ni seguir su ritmo.

Era como una niña, curiosa e inquieta, que iba de aquí para allá, explorando, buscando todo lo que le llamaba la atención por su tipo de energía. Y eso en esa región era algo especialmente peligroso. Porque había puertas entre los mundos que nadie sabía adónde llevaban, ni como pasarlas, ni cuándo habían sido abiertas. Y porque a veces de esas puertas salían visitas poco recomendables...

domingo, 5 de junio de 2011

Don Alguien

Sin duda, ochenta y tantos años es una edad respetable.
Lo bastante como para tener el tratamiento de Don o Doña, sobre todo
si va asociado a una posición respetable en el seno de esta hipócrita sociedad.
Pero sigo creyendo, más como filosofía vital, que como teología, que toda acción
tiene su reacción correspondiente.
Que todo lo que hacemos, tarde o temprano, vuelve a nosotros. Bien con bien,
y mal con mal, nos es devuelto. Y no en la misma medida que lo realizamos,
sino multiplicado por tres, al menos.
Que no es azar, sino la respuesta a nuestros actos, lo que trae el amor a nuestra vida.
Que no existe la casualidad, sino la causalidad.
Que nuestros odios de hoy los pagaremos mañana con creces.
Que nuestras rapiñas y nuestra codicia serán vanas, pues nada llevaremos a la tumba
del vil metal. Y que a la Muerte le da igual si somos ricos o pobres, pero a la Vida sí
le importa si dejamos deudas atrás.
Y aunque sea en último término, las pagamos todas juntas.
No quisiera yo ser Don Alguien, y que venga ella a cobrarse el precio de una vida,
amparada por la noche y un pasamontañas.
Prefiero morir pobre y tranquilo, prefiero ser Don Nadie.
Cuando llame a mi puerta, le abriré con calma y la invitaré a un café, como
a esa vieja amiga que no ves desde antaño, pero que sólo mirarle a los ojos,
ya sabes qué te va a decir, como si no hubieran pasado cinco minutos desde
la última conversación, y después de charlar sobre la Vida, saldremos, como hace años,
a bailar juntos a la luz de la Luna...

Fragancia



Etérea
Una oleada de sentimientos me invade
Y no puedo sustraerme a ella
Percibo tu valor salvaje
Tu fuerza y tu coraje
Tu amoroso corazón
Tu sutil sinrazón
Tu nervio
Tu templanza ante la vida
Tu valentía, una vez que has decidido
Sigues de frente, hasta el final
Todo ello me sacude
y se funde en blanco,
en una aureola mortal
que a tí te sugiere paz.

- Dedicado a Colorines.

Timbiriche



Inevitable como la espiral...

La vida de la Tierra surge.. y me envuelve...
Su cadencia muerde mi corazón...
Su rumor hace vibrar mi sangre...
Su Fuego altera mi conciencia...

Vuelvo a comenzar...

miércoles, 1 de junio de 2011

Momento en rojo



Hoy me pareció verlo:
una muchacha, riendo y bailando,
bajo una lluvia de color
entre jacarandas en flor.

- Dedicado a Bailando con el viento.