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jueves, 28 de julio de 2011

Fresas tras el abeto - Capítulo II - Fresas

Llegó a un cruce del camino, y sin saber muy bien en qué dirección seguir, decidió hacer caso de su intuición. Vio un mirlo alejarse en dirección oeste, y una comadreja que salía de su madriguera, asustada por su caballo, salió corriendo tras enseñar los dientes. Consultó las runas, que llevaba en una bolsita al cinto. Estas le indicaron que esperase a ver el sol, lo cual ocurrió sobre las once de la mañana. Justo cuando salía el sol entre las nubes, pasó por el camino en dirección sur un carro de un comerciante de pieles. Al preguntarle por el círculo de piedras, este lo miró extrañado, pero le indicó que si quería ir a ese lugar (“abandonado hace mucho por la gracia divina” – describió el comerciante), lo siguiera, pues iba a pasar en paralelo a esa zona. Elder montó en su caballo y lo siguió, y llegado el momento, junto a un gran roble caído a un lado del camino, el comerciante se detuvo.

“¿Ves aquella colina hacia el sur, a tres millas de aquí?” – le indicó. “Tras ella, media milla más hacia el sudeste, está el lugar que buscas. Que Dios te proteja y te guíe en tu camino, extranjero" - con estas palabras, el comerciante se despidió y continuó su viaje.

Elder se dirigió hacia la colina y al sobrepasarla, vio a la izquierda, no muy lejos, un círculo formado por piedras de dimensiones colosales, puestas de pie.

En medio del círculo habían dos personas, por lo que pudo distinguir según se fue acercando. La chica era Stauba, de eso estuvo seguro en cuanto vio su larga trenza que le caía por la espalda, y que tantos quebraderos de cabeza le había traído mientras fue su maestro de armas. Tenía una camisa hecha jirones encima, que apenas tapaba su piel; estaba agitada, respiraba deprisa, podía ver sus pechos subiendo y bajando rápidamente por su acelerada respiración. Tenía la mirada fija en el muchacho que estaba a sus pies, tendido en el suelo, parecía angustiada.

Elder desmontó, dejando que su caballo se alejara un poco para comer hierba. Fue caminando hacia la pareja, despacio, para no asustarla: era impredecible cuando estaba asustada. Ella no reaccionó al verlo, al principio; dos segundos después, se echó en sus brazos, temblorosa, y lo miró a los ojos, desesperada. “Elder, puedes ayudarlo, ¿verdad? Creo que se está muriendo”. El muchacho estaba en el suelo, blanco como el yeso, con dos agujeros abiertos en el pecho, cuya sangre estaba coagulada por el frío. Eran casi triangulares, por su forma le recordaban a un par de fresas demasiado maduras.

“¿Qué o quién le hizo eso?” – preguntó Elder a la muchacha.

“No lo sé, estaba persiguiendo un jabalí por mitad del bosque cuando oí unos gritos. Alerta, me acerqué al lugar de donde parecían provenir, tras unos abetos. Vi moverse uno de ellos, y una forma peluda, gigantesca, como un hombre con mucho pelo y cabeza de lobo, salió corriendo de allí. Me acerqué con cuidado, y al mirar, me pareció ver un par de fresas entre las hojas del abeto. Extrañada, fui rodeando el árbol despacio, hasta que encontré a este muchacho de pie, echado de bruces sobre el abeto. Lo zarandeé, pero no respondió, ni siquiera cuando le pellizqué los genitales. Las heridas son extrañas, ¿podrían ser de los colmillos de ese ser que salió corriendo?” – preguntó Stauba a su vez.

“Sí, bien pudiera ser” – afirmó Elder, pensativo. Empezó a caer una llovizna ligera, con el sol en pleno apogeo, que dio a la escena un tono aún más frío, si eso era posible. Ahora entendía, pensó Elder, el nombre de la taberna. “La oveja degollada”, claro.

“Vamos, niña, busquemos un refugio donde llevar a este pobre muchacho. Creo que he visto una cabaña abandonada hace un rato, en un recodo del camino. Podremos pasar la noche allí” – declaró Elder.

“¿No sería mejor buscar un médico? Está débil, su respiración es muy leve y está pálido” – preguntó Stauba.

“No, creo que su enfermedad sólo conoce un tipo de cura, y estoy seguro que no te agradaría verlo morir en manos de un mata – sanos, pues hay pocos por estos lugares que sean hábiles en su profesión" - respondió Elder.

“Bueno, está bien, confío en ti. Espero que puedas ayudarlo” – y tras decir esto, Stauba ayudó a Elder a subir al muchacho al caballo, tumbado encima de la silla, pues estaba inconsciente. Y así, se alejaron del círculo de piedras, que pareció casi emitir un sonido al salir ellos de su interior, y notaron ambos algo extraño, como si el aire fuera menos denso ahora, en el camino hacia la cabaña.

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