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jueves, 24 de marzo de 2011

Primavera


Calor.
Surge a mi derecha, el sol.
Se alza y se une,
siguiendo su rol.

Veo tres rosas.
Como todas, tienen espinas,
mas son hermosas:
una azul, una amarilla, una roja.

Ahora sacan su belleza,
de esas espinas que estallan sin tristeza,
de ese marrón negruzco y puntiagudo,
que les da su firmeza, nervudo.

Vórtice de amor transido,
diente a espina fundido,
lenguas de fuego unidas,
almas a un mantra forjadas.

No hay sonido, ni imagen, ni verbo
que pueda describir el tono
del contrapunto rítmico
de su silencio único.

Es como una nota musical
pura, sin modular,
que incluye a todas las demás.
Es verde, gutural.

domingo, 20 de marzo de 2011

Tierra Nueva


Al fin hemos tocado tierra. Ya estoy fuerte y sano.
Tras nadar durante la noche del océano, desde una nave alguien me lanzó un cabo y logré subir a bordo. Dice que tenía fiebre, y que estuve delirando varias noches.
No lo recuerdo, ni tampoco lo que dije.
Tan sólo recuerdo una figura, de pelo enredado y obtuso, que venía a cambiarme
el paño húmedo y frío que cubría mi frente.
Recuerdo sus manos, castigadas por el trabajo de años entre cuerdas y madera.
Pero era el trabajo que más amaba, como tantos hombres de mar.
Sus ojos, profundos como el mar... su mirada sincera y amable... su cara... ojalá pudiera recordar su cara...

Estuve ocho días, escondido, recuperándome, cuidado por esas manos firmes y atentas... como un polizón, que teme que alguien lo descubra y lo arroje por la borda... y como un invitado en casa ajena, al que ofrecen todo lo que necesita, antes de que lo pida...

Ahora estoy de nuevo solo, en tierra firme. La nave partió, con rumbo nuevo e indómito.
Dicen que el muchacho desembarcó aquí, en una ciudad de la que no había oído hablar
hasta ahora. Y que al alba partió hacia Benarés, en busca de alguien, un maestro, creo.
Yo bajé por una de las maromas, de noche, para no ser descubierto.

Acabo de pasar un cartel, "Benarés - 530 Km". Aún me queda mucho camino.
Llevo varios días andando, pues no tengo otro medio para moverme.
Espero llegar a ver a ese maestro, de quien el muchacho me habló.

Me he envuelto una túnica, como hacen los habitantes de esta zona.
No quiero que vean mis tatuajes, pues de inmediato me delatarían como extranjero.

De los muchos que llevé, sólo conservo los de las muñecas, como dos anchas pulseras.
Y los tres círculos de mis rangos, que llevo en la nuca, tapados por la melena.
No volveré a tatuarme los hombros, ni la espalda, con símbolos que no dicen nada.
Duele demasiado el quitarlos, cuesta que la piel se regenere.

Mi barba y mi melena sin cortar no llaman la atención entre la gente, y mi tez morena,
curtida por el sol y el mar, me hace parecerme aún más a ellos.
Mi silencio, pues no entiendo el idioma, y mi delgadez por los días de fiebre en alta mar,
deben hacer que parezca uno más de los santones que llenan las orillas del mítico Ganges.

Con gestos, con la mirada, consigo comunicarme con la gente que encuentro en el camino,
y siempre solícitos y amables, me ofrecen parte de su comida y su agua. 
Parte de su vida, de su generosidad, de su amistad... a mí, a un perfecto desconocido,
a un pirata que en otro tiempo los habría hecho prisioneros y vendido como esclavos...

No sé si estoy en una Tierra Nueva, o si ahora veo a las gentes de un modo nuevo...
sin malicia... sin dobles intenciones por mi parte... sin envidia... sin odio...
Mi pasado ya no existe, dejó huellas en mi piel, pero las cadenas ya no están.
Sólo ando hacia Benarés, en busca de un maestro. Y recuerdo unos ojos...

jueves, 17 de marzo de 2011

Son del alma pura


Vieja piel bruñida
o sílice tatuado,
dando a tu alma
distinto resultado.

Pides que te encadenen y te aprieten,
para que mejor puedas moverte.
El cáñamo se estira, el cuero se ajusta,
una vuelta más y das la nota justa.

Resuenan dedos de madera,
siguiendo el rito mental
que surge desde tu silencio lleno.

Sin palabras, creas la vía
donde los demás corren,
dando aliento a mi alma
y música a nuestra vida.

Voces




Escucho:
Oigo voces.

Voces que susurra el tiempo,
las oigo, mas no con mis oídos,
en la cima, detrás del aullido del viento.

Voces chillonas y estridentes,
voces de otro mundo,
salidas de un ensueño de la mente.

En las noches de frontera,
amenazan desde allí con cruzar
y rasgar mi alma entera.

Por eso acudo al Señor de la Tierra,
me sostengo en su mano firme,
que nunca yerra.

Voces femeninas, fuertes,
de mujeres salvajes,
que ven el interior
y me infunden coraje.

Antes del salto,
siempre es igual el salmo:
"¡Vamos, lobo!"
Y allá voy:
"¡Hoka-hey!"

Maldita Nerea



Tu mirada me hace grande... aunque tú estés en Madrid...

martes, 1 de marzo de 2011

Mirador


Olas de viento
surcan los árboles.

Un leve aguacero
me reconforta.

Entre la lluvia, 
una figura
reclama mi sonrisa.

- Dedicado a Bailando con el Viento...