El duende era ya un poco viejo, aunque nadie lo diría, pues hacía 150 años que se había dejado la barba y aún la conservaba igual (como el diría, un duende ha de estar siempre pulcro para cruzar el arco iris).
Era catalán, aunque se había trasladado a un pueblecito pequeño de Asturias, donde disfrutaba sus días entre sidra y gaitas. Esa mañana, camino de la sidrería del pueblo (donde siempre sisaba algo de crema de quesuco y ramoneaba un poquejo de sidra a primera hora), le sonó el móvil. Sí, habéis oído bien, nuestro duende es moderno y lleva móvil -principalmente, para hablar con la familia. No le gusta, pero acabaron convenciéndolo-.
"¿Digin?" -respondió. "Hola, yayo. Soy Cimbel, tu nieta. Quería preguntarte una cosa que mamá me dijo que tú sabrías." -le dijo ella.
"Caramba, que alegría oírte, cariño. Dime qué quieres saber." -respondió el duende, contento del parloteo franco y tintineante de su nieta.
"Esta mañana, al salir a pasear con mi amiga Dzy´ann, hemos visto algo que nos ha extrañado. Hay una colina en un claro del bosque, encima de la cual se asienta una casa de piedra. Rodeándola, casi por completo, hay una inmensa hiedra. Pensábamos que la hiedra sólo crecía sobre los árboles, nunca la habíamos visto sobre una construcción humana. Bien es cierto que ha sido nuestro primer paseo por los pueblos de Asturias, pero suponemos que habrá más casas como esa. Queremos saber cómo es posible que una criatura del bosque, como la hiedra, se avenga a convivir con humanos, que lo queman y lo destruyen." -le explicó Cimbel.
"No todos los humanos son iguales, querida niña. Está bien, decidle a vuestras madres que os venís a cenar conmigo, y os lo contaré. En mi casa, a las ocho." -la despachó el duende, colgando el móvil. Aún no se había acostumbrado a hablar por ese aparato, por mucho que sus amigos de Ciudad Lineal insitían en que era lo mejor del mundo. Tampoco iba a contar una Historia de esa manera, ni siquiera a su nieta, pudiendo hacerlo cara a cara, como mandaba la tradición de su familia de cuenta-cuentos.
Las niñas llegaron puntuales, Cimbel con sus orejas puntiagudas y brillantes, y Dzy´ann con sus alitas relucientes y su sonrisa encantadora (puesto que era un hada, no un duende).
Hace mucho tiempo, cuando todavía no había tantos hombres sobre esta tierra -comenzó el duende a relatarles-, cuando los hijos y las hijas del bosque andaban libres, y aún no había cambiado su reino de lugar, ocurrió esta Historia:
El Roble, el árbol más grande y antiguo de todo el bosque, tenía una hija. Esta se convirtió en una muchacha ágil y fuerte, capaz de cazar tan bien como cualquier hombre (y mejor que muchos, de hecho). Un día, siguiendo a un ciervo, llegó hasta un arroyo que no conocía, y viendo al ciervo vadearlo, pensó que sería fácil para ella. Pero era de noche, y el ciervo sí conocía el camino de piedras que había bajo la rápida y fría corriente del arroyo. Ella se confió, y al meter su pierna derecha en el agua sintió un calambre y le falló, pues el agua estaba muy helada. Se hundió por completo en la corriente, y el arroyo la arrastró ladera abajo. Al final, llegó a un remanso, dolorida y magullada por raíces y piedras, y aterida por el frío. Allí pudo salir de la corriente y, exhausta, se dejó caer en la orilla, inconsciente.
El ciervo vio el lugar donde ella había caído, pero sintió un escalofrío y su instinto le avisó para salir corriendo de allí. En ese preciso instante, una criatura envuelta en una capa, oscura como la noche, se acercó a la muchacha. "Vaya, la hija del Roble está a mi merced. Los astros no pueden ser más favorables esta noche." -pensó para sí misma Volga, la Vieja. Había estado allí desde que el mundo era joven, y había visto crecer al antiguo Roble. Sabía que a través de su hija podría tener poder sobre él, e incluso hacerle daño. Cuando el Roble no gobernase, todo el poder del bosque sería suyo. No es que ahora no tuviera poder, es que para ella eso eran migajas comparado con lo que podía llegar a tener.
"¿Qué voy a hacer contigo? Mmmmm. Ya lo sé. Te enviaré al pueblo como una humana normal. Cuando tu padre vea que te has ido con los hombres y te has olvidado del bosque, se enfadará y la magia del bosque se volverá contra ellos." Y tras decir esto, sacó de su zurrón un frasco muy bien envuelto en pieles, de aspecto delicado, lleno de un líquido azul y gelatinoso, que le hizo tragar a la muchacha, mientras esta seguía inconsciente.
A la mañana siguiente, la muchacha despertó, habiendo olvidado por completo quien era. Sentía que debíar ir al pueblo, y una palabra sonaba cada cuarto de hora en su cabeza, aunque ella de eso no sabía nada, pues Volga la Vieja había grabado un nombre en su subconsciente.
"Ternain."
Esa fue la primera palabra que dijo la hija del Roble cuando vio en el camino a un hombre con aspecto de leñador. Aún le faltaban dos horas andando hasta el pueblo. El hombre le indicó que se acercara por un camino que rodeaba el pueblo, a su derecha, hasta una casa sobre una colina en el claro del bosque. Allí vivía Ternain, el carpintero.
Era una casa no muy grande, hecha entera de piedra, con el suelo elevado y tres escalones para llegar hasta la puerta principal. Sobre el llamador de esta había una marca que no conocía (la marca de la familia, supuso). Atisbó por una ventana, observando que la casa estaba vacía. El tal Ternain, el carpintero, debía estar cortando madera. Al pensar eso sintió un escalofrío, pero no supo explicar porqué cuando pensó en ello. Sacudió la cabeza, como si quisiera alejar un mal presentimiento.
Se sentó ante la puerta, sobre el segundo escalón, a esperar. Ternain llegó a la hora de la comida, trayendo tras de sí un caballo, que tiraba de un carro cargado de madera, casi todo troncos de árboles ya viejos, pero aún aprovechables. Esto, inexplicablemente, la tranquilizó.
Nada más verla, fue corriendo hacia ella. La reconoció de inmediato por su pelo largo y ensortijado. Era la hija del Roble. ¿Qué estaría haciendo allí? ¿Le traería algún mensaje?
Tras las presentaciones, la hizo pasar y comieron juntos. Al preguntarle por su padre, se dio cuenta que la muchacha no recordaba quien era. Decidió que la acogería en su casa, mientras recuperaba la memoria, y al día siguiente fue al pueblo a hablar con su amigo el Bardo, a ver si había oído algo por los caminos sobre la hija del Roble.
En lo profundo del bosque, donde está el antiguo Roble, el tiempo no transcurre igual que fuera, en el reino de los humanos. Va más lento, es más hermoso. Para el Roble, habían pasado dos días desde que su hija faltaba.
La muchacha se iba a quedar unos días, que se hicieron semanas, meses y finalmente, años. Dos años llevaba en la casa de Ternain, cuando escuchó un mirlo cantando en un árbol, frente a la casa. Se asomó a la puerta y escuchó con atención su canto. Le pareció que decía "tu padre se enfadará cuando sepa que te has olvidado de él y te has venido a vivir con un humano". Pero ella no recordaba quién era su padre, y no sabía como era posible que entendiera el canto del mirlo.
El efecto de la poción que le había dado Volga la Vieja se iba debilitando cada día más... y la muchacha empezaba a tener sueños muy reales de la vida en el bosque, de la caza, de la sensación de libertad al dormir desnuda bajo las estrellas...
Bueno, esa sensación no era nueva, ya la había experimentado al lado de Ternain...
Un hombre bueno, al que había llegado a comprender y amar, que tenía toda la casa llena de cachibaches, utensilios y herramientas, pero que todos los días trabajaba con sus manos algún objeto de madera, tallando, puliendo, desbastando... porque amaba su trabajo, y porque su casa también era su vida: las paredes estaban revestidas de madera, para que no entrase la humedad; las mesas, decoradas y labradas, recordaban fantásticas formas de animales que ella nunca había visto (tortuga, llamaba a la mesa de su despacho, donde hacía los cálculos del material que necesitaba para los proyectos, las medidas, etc); la cocina tenía todo tipo de cucharas, cuencos y vasos tallados; las camas tenían patas como si fuesen fieras y las mesillas, como garzas; los armarios parecían cuevas a otro mundo, llenos de pieles por dentro y con puertas que se deslizaban para abrirse. Jamás había visto casa igual en un humano (no sabía porqué pensaba esto, de repente, si ella también era humana... ¿o no?).
El mirlo llegó de vuelta hasta el antiguo Roble, que lo había mandado averiguar el paradero de su hija, pues estaba muy preocupado. Le contó que la había visto en casa de un humano, un carpintero, que llegaba todos los días del bosque con su carro cargado de madera.
El Roble sintió primero sorpresa, luego dolor, y por último, ira. Sin saber nada de las artimañas de Volga la Vieja para hacerle daño, invocó al Señor de la Tierra, para pedirle ayuda y justicia. Le dijo que su hija le había olvidado, para irse a vivir con un hombre sin corazón, pues todos los días cortaba árboles sin piedad alguna. El Señor de la Tierra le escuchó, y sabiendo que el Roble era incapaz de mentir, le pidió que eligiese un castigo para aquel hombre, si así lo deseaba. El Roble dijo que su hija no estaría con ese hombre, a no ser que la hubiera engañado y engatusado, y que debía tener el corazón de piedra para apartarlo así de su hija. Por tanto, pidió al Señor de la Tierra que el hombre se convitiera en piedra, igual que era su corazón.
"Sea." -le concedió el Señor de la Tierra, creyendo que era justo.
Ternain estaba reparando el muro de piedra de su casa, que tenía una pequeña grieta en la fachada norte, cuando de repente se sintió desfallecer. Se apoyó en el muro, y este se fundió bajo su mano. Apoyó la otra mano, y se hundió también. Perdió el equilibrio y cayó hacia delante, de bruces contra las piedras, fundiéndose con ellas. Sólo quedó la silueta, dibujada en el muro, de lo que hacía un segundo era un hombre.
"Ternain."
Esa fue la primera palabra que dijo la hija del Roble cuando vio en el camino a un hombre con aspecto de leñador. Aún le faltaban dos horas andando hasta el pueblo. El hombre le indicó que se acercara por un camino que rodeaba el pueblo, a su derecha, hasta una casa sobre una colina en el claro del bosque. Allí vivía Ternain, el carpintero.
Era una casa no muy grande, hecha entera de piedra, con el suelo elevado y tres escalones para llegar hasta la puerta principal. Sobre el llamador de esta había una marca que no conocía (la marca de la familia, supuso). Atisbó por una ventana, observando que la casa estaba vacía. El tal Ternain, el carpintero, debía estar cortando madera. Al pensar eso sintió un escalofrío, pero no supo explicar porqué cuando pensó en ello. Sacudió la cabeza, como si quisiera alejar un mal presentimiento.
Se sentó ante la puerta, sobre el segundo escalón, a esperar. Ternain llegó a la hora de la comida, trayendo tras de sí un caballo, que tiraba de un carro cargado de madera, casi todo troncos de árboles ya viejos, pero aún aprovechables. Esto, inexplicablemente, la tranquilizó.
Nada más verla, fue corriendo hacia ella. La reconoció de inmediato por su pelo largo y ensortijado. Era la hija del Roble. ¿Qué estaría haciendo allí? ¿Le traería algún mensaje?
Tras las presentaciones, la hizo pasar y comieron juntos. Al preguntarle por su padre, se dio cuenta que la muchacha no recordaba quien era. Decidió que la acogería en su casa, mientras recuperaba la memoria, y al día siguiente fue al pueblo a hablar con su amigo el Bardo, a ver si había oído algo por los caminos sobre la hija del Roble.
En lo profundo del bosque, donde está el antiguo Roble, el tiempo no transcurre igual que fuera, en el reino de los humanos. Va más lento, es más hermoso. Para el Roble, habían pasado dos días desde que su hija faltaba.
La muchacha se iba a quedar unos días, que se hicieron semanas, meses y finalmente, años. Dos años llevaba en la casa de Ternain, cuando escuchó un mirlo cantando en un árbol, frente a la casa. Se asomó a la puerta y escuchó con atención su canto. Le pareció que decía "tu padre se enfadará cuando sepa que te has olvidado de él y te has venido a vivir con un humano". Pero ella no recordaba quién era su padre, y no sabía como era posible que entendiera el canto del mirlo.
El efecto de la poción que le había dado Volga la Vieja se iba debilitando cada día más... y la muchacha empezaba a tener sueños muy reales de la vida en el bosque, de la caza, de la sensación de libertad al dormir desnuda bajo las estrellas...
Bueno, esa sensación no era nueva, ya la había experimentado al lado de Ternain...
Un hombre bueno, al que había llegado a comprender y amar, que tenía toda la casa llena de cachibaches, utensilios y herramientas, pero que todos los días trabajaba con sus manos algún objeto de madera, tallando, puliendo, desbastando... porque amaba su trabajo, y porque su casa también era su vida: las paredes estaban revestidas de madera, para que no entrase la humedad; las mesas, decoradas y labradas, recordaban fantásticas formas de animales que ella nunca había visto (tortuga, llamaba a la mesa de su despacho, donde hacía los cálculos del material que necesitaba para los proyectos, las medidas, etc); la cocina tenía todo tipo de cucharas, cuencos y vasos tallados; las camas tenían patas como si fuesen fieras y las mesillas, como garzas; los armarios parecían cuevas a otro mundo, llenos de pieles por dentro y con puertas que se deslizaban para abrirse. Jamás había visto casa igual en un humano (no sabía porqué pensaba esto, de repente, si ella también era humana... ¿o no?).
El mirlo llegó de vuelta hasta el antiguo Roble, que lo había mandado averiguar el paradero de su hija, pues estaba muy preocupado. Le contó que la había visto en casa de un humano, un carpintero, que llegaba todos los días del bosque con su carro cargado de madera.
El Roble sintió primero sorpresa, luego dolor, y por último, ira. Sin saber nada de las artimañas de Volga la Vieja para hacerle daño, invocó al Señor de la Tierra, para pedirle ayuda y justicia. Le dijo que su hija le había olvidado, para irse a vivir con un hombre sin corazón, pues todos los días cortaba árboles sin piedad alguna. El Señor de la Tierra le escuchó, y sabiendo que el Roble era incapaz de mentir, le pidió que eligiese un castigo para aquel hombre, si así lo deseaba. El Roble dijo que su hija no estaría con ese hombre, a no ser que la hubiera engañado y engatusado, y que debía tener el corazón de piedra para apartarlo así de su hija. Por tanto, pidió al Señor de la Tierra que el hombre se convitiera en piedra, igual que era su corazón.
"Sea." -le concedió el Señor de la Tierra, creyendo que era justo.
Ternain estaba reparando el muro de piedra de su casa, que tenía una pequeña grieta en la fachada norte, cuando de repente se sintió desfallecer. Se apoyó en el muro, y este se fundió bajo su mano. Apoyó la otra mano, y se hundió también. Perdió el equilibrio y cayó hacia delante, de bruces contra las piedras, fundiéndose con ellas. Sólo quedó la silueta, dibujada en el muro, de lo que hacía un segundo era un hombre.
La hija del Roble llegaba de recoger agua del frío arroyo, cuando vio la escena. Corrió, pero no pudo hacer nada: su amado se había ido, fundido con la piedra de la casa que tanto quería.
Tres días de sol y tres noches de luna lloró junto a él la hija del Roble. Se olvidó de todo, incluso de comer, tan grande era su dolor. Sus lágrimas por un amor verdadero empaparon el suelo a su alrededor y llegaron más abajo, conmoviendo al duende que vivía bajo la colina. Este, afligido por la tragedia, llamó al Señor de la Tierra y se lo contó. El Señor de la Tierra fue a ver a la hija del Roble. Antes de que amaneciera el cuarto día, un hombre con una capa verde, y barba oscura, se acercó a ella desde el bosque. Tomó con su mano su barbilla, y sin decir palabra, le secó las lágrimas con un dedo pulgar áspero y frío. Se llevó el dedo a la boca y las probó. Sus lágrimas le contaron la historia, desde que Volga la Vieja la dejó sin memoria. El Señor de la Tierra se puso blanco de rabia. Respiró profundamente, y tras calmarse, sus ojos brillaron en la noche con una luz que sólo los moribundos alcanzan a ver. Puso su mano sobre la frente de la muchacha, que de inmediato recuperó la memoria, y rompió de nuevo a llorar, por haber decepcionado de esa manera tan cruel a su padre.
"Shhhhht... Niña, no sigas llorando, tu padre sabrá que no es tu culpa, yo mismo se lo contaré, y esa vieja, Volga, lamentará el daño que ha causado su ambición de poder. Dime, ¿qué puedo hacer por tí? ¿Quieres volver junto a tu padre, el Roble, en el corazón del bosque?"
"No, Señor, decidle a mi padre que le quiero con toda mi alma, pero mi lugar está aquí, junto a mi amado Ternain. Era carpintero, pero sólo cortaba árboles ya viejos, que el viento habría derribado. Estaba reparando el muro de la casa, dañado por la lluvia, el granizo y la humedad. En esta casa está su alma. Si pudiera, me quedaría para siempre protegiéndola, para que su obra no se pierda, y que sirva para varias generaciones como ejemplo de amor al trabajo bien hecho. Daría incluso mi vida por permanecer aquí, junto a él."
El Señor de la Tierra entró en la casa, y quedó admirado por el trabajo que había llevado a cabo Ternain durante su vida. Se fijó en un cuenco, cuya forma y color le recordó vivamente a una piedra caliza, a pesar de ser de madera. El trabajo de un artesano que amaba así a la Tierra le conmovió. Consideró que la petición de la muchacha era justa.
"Sea, pues. Te quedarás y guardarás la casa de los elementos. Tus raíces no serán profundas, por lo que deberás esforzarte para que la casa quede protegida y que la piedra no se quiebre. Crecerás generosa y en espiral, como lo hace la Vida, por todos aquellos resquicios donde puedas agarrarte. Deberás ser valiente y llegar arriba del todo, para que el tejado no sufra las inclemencias del tiempo. Deberás ser fiel y agarrarte firmemente, siempre, a la piedra, para que el viento no la deje al descubierto. A partir de hoy, hija del Roble, te llamarás Hiedra."
Y tras decir esto, la hija del Roble sólo pudo musitar "gracias", pues seguía de rodillas frente a la silueta de Ternain, cuando se transformaron sus piernas en raíces, hundiéndose en la tierra, y ella misma se convirtió en una hermosa hiedra, que tapó por completo la figura del muro. Fue creciendo y completando su tarea, protegiendo cada vez por más sitios la casa, hasta que la humedad, la lluvia, el sol, el frío y el viento no pudieron dañar la piedra.
Así es como la hiedra crece sobre la piedra -terminó el duende, un poco cansado debido a la hora que se había hecho tras cenar y contarles el cuento a su nieta y a su amiga, que incluso habían llorado al oírlo.-
"¿Y qué le pasó al antiguo Roble?" -preguntó Cimbel, ansiosa.
"El Señor de la Tierra envió al duende que vivía bajo la colina, que era mi tatarabuelo, a contarle la historia de su hija y Ternain. El antiguo Roble lloró savia cuando supo que su hija estaba bien y lo amaba, aunque ahora se hubiera convertido en otra criatura del bosque, distinta de la muchacha alegre y cantarina que fue, y sin embargo, igual en su esencia."
"¿Y qué ocurrió con la Volga la Vieja?" -quiso saber Dzy´ann, tan curiosa como siempre.
"No lo sé, pues mi tatarabuelo nunca lo supo. Cuando mi tatarabuelo le preguntó qué iba a hacer con ella, el Señor de la Tierra sólo le dijo una palabra, cuyo tono quedó tan grabado en su alma que incluso hoy puedo sentirlo: Justicia."
Tras ver la mirada del Señor de la Tierra cuando salió en su busca de la vieja Volga, los lobos se apartaron a su paso y aullaron de puro miedo, y la Luna se escondió entre las nubes, asustada.
- Dedicado con cariño a mi amigo el Travieso cuenta-cuentos, payasete y tamboril, Curro.
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